Señor director de la NASA Mr. Molten Spalding
Por Marcelo Sanjurjo, músico, compositor y fanático de Peñarol.
De mi consideración:
Tengo el agrado de dirigirme a Ud. a fin de hacerle llegar una inquietud personal. Me motiva el hecho de que hace unos días leí que la entidad que Ud. dirige resolvió enviar al espacio -nave “ad hoc” mediante- una serie de objetos, manuscritos y señales que, en caso de ser hallados por alguna otra hipotética civilización extraterrestre, los ayude a conocer y reconocer nuestro planeta y las diversas formas en que la vida natural, social, científica y tecnológica se desarrolla por estos lares. Revisé los contenidos de dicho envío (o por lo menos los que ustedes han dado en publicar) y está realmente muy bien. Muy completito el pack. Teorías científicas, fórmulas matemáticas que aprecio aún ignorándolas, audios y videos varios, fotografías de bellísimos enclaves naturales, etc.
Pero, ¿sabe qué, Mr. Spalding? Le falta pasión al asunto. Sé perfectamente que es carísimo enviar “oooootra” navecilla al espacio, y seguramente la Agencia de Seguridad Nacional botará el proyecto, argumentando entre otras cosas que además de caro es imposible divulgar la pasión a través del espacio sideral, pero le propongo algo: deposite su atención por un minuto nomás en estas latitudes. Vivo en la República Argentina, cuya capital es Buenos Aires y ya no Río de Janeiro; en una ciudad -dicen- balnearia. Se llama Mar del Plata. Y aquí hay un club. Un club de barrio. Nacido y crecido a la vera de un Hospital de Niños. Erguido edilicia y moralmente por un grupo de laburantes. Constructores, pescadores, pequeños comerciantes, etc. Allí se practican varios deportes, pero hay uno en especial -que usted seguramente conoce muy bien- que es el básquetbol. Y créame Mr. Spalding, que lo que aquí sucede con el básquet merecería ser conocido no ya por diferentes gentes de nuestro planeta, sino por aquellas hipotéticas civilizaciones a quienes pretende contactar.
Se lo sugiero, además, para que lo utilice en defensa propia. Un ejército de camisetas azules y blancas, le aseguro, es de temer. Y hacer temer (He sido un soldado de esos. Y he renunciado a la presencia física en los partidos de Liga Nacional más por autopreservación que por impedimento. Me convertía en un simio desorbitado y sufriente. Castigaba mi garganta y mis modales, y si la procesión va por dentro la hipertensión también). Hágame caso. No sé exactamente cómo manejan la pasión deportiva en USA, más allá de las insufribles porristas. Pero por estas playas se suele cambiar de estado civil, de gustos culinarios, de aspecto físico -en general para peor-, se puede cambiar de domicilio, de status económico, pero jamás de club. La pasión, señor Spalding. Su compatriota Clinton diría: “¡Es la pasión, estúpidos!”.
Le digo más, como argumento que podría enarbolar frente a sus sponsors, le propongo una coproducción: ustedes ponen el vehículo y nosotros le armamos el pack. ¿Le adelanto el contenido? Ya mismo. En un cofrecito pequeño van varias almas: Julito Bell, el flaco Sartora que nos llevó a ver unos compadres suyos -Los Globetrotters- al Luna Park, Alberto Vázquez, el pelado Ochoa, el sordo Sestelo -obviamente cantando “La chica de la boutique”- y otros muchos más.
En otro cofrecito va una bandera que dice “Homero Rasch presente”. Transpirada, sabrá disculpar. La pasión incluye sudor. Y además le mandamos la noche en que insólitamente se detuvo un partido para que Diego Maradona (sí, el gordito que hacía únicamente goles con la mano) cruzara la cancha y se sentara en el banco de suplentes. La noche en que Andrés Nocioni (sí, sí, el de la NBA) jugó el primero de sus cinco cotejos defendiendo la casaca de este club. Le mandamos la cara de Paco Segura mirando la parrilla llena de chorizos en la puerta del Super Domo (una carpa ardiente de dudosa habilitación municipal) sin poder creer aquella derrota que lapidó su negocio. Le mandamos la sotana del negro Laíño. Le mandamos, por si quiere visitarnos, una copia del llavero general del club y un CD interactivo que contiene una visita guiada a cargo de Marito, en idioma marito, sin subtítulos y sin consonantes reconocibles. Descífrelo usted que tiene con qué. Le mandamos un video de un partido jugado a las tres de la mañana como cierre de un asado tremendo, en el estadio “Américo Gutiérrez”, entre dos equipos integrados por veteranos ebrios y descalzos, asistidos por un entrenador de rango internacional, quien casualmente condujo nuestro equipo a la coronación del ’94. Le mandamos varias fotos de simpatizantes del club que viven en los más diversos y recónditos puntos del planeta. Le mandamos el griterío semanal y conmovedor de miles de fanáticos. Le mandamos la placa metálica que recuerda los tres jugadores de básquet del club desaparecidos por la última dictadura. No creo necesario, atento su nacionalidad y perdón por el prejuicio, tener que explicarle a usted qué es un desaparecido, y menos aún, qué es una dictadura. Le mandamos una foto de doce ex jugadores viajando por España en tour gastronómico y, en los ratos libres basquetbolístico, destrozando una zarzuela envueltos en una bandera que dice “Peña Pico Malgor” ante el asombro de vecinos y veraneantes.
Le mandamos el diente metálico de Eddie Poppe, el escudo de armas de la familia Otálvares, la muñequera de Tato, el café de don Pantano, la estadística de triples -de miga- consumidos por el mono Galeazzi (seis de seis en un minuto y medio, récord panamericano), el flipper antipánico del primer piso, Lucho y Marta abrazados, la manito en alto y horizontal de Mosby, una botellita de Cindor obsequio del Chino Kubo, el flaco Peppe cambiando cheques en los minutos de los partidos, un rebote de Wallace Bryant, un rizo del caminante, un viejo y astillado palo de bowling, los “Sábados Embolantes” del subsuelo, los “tornillos-tobillera” de Milos Babic, una casaca número 6 que usaron Miguel Belza, Domingo Robles y Emilio Trionfetti -el mismo día- porque había un solo juego para tres categorías, etc.
Me queda para el final algo muy personal. Le mando mi cara de pibe de 11 años el día en que papá me soltó la mano y la depositó en las de Adolfo Urciuoli. Pase de pecho, pase de pique, finta y al fondo? Y mi cara de grandulón de 48 años cantando y acertando algunos acordes con el cuarteto que integro, en ese mismo gimnasio donde tantas veces se me negara la gloria de embocar la pelotita.
Usted ponga el vehículo, nosotros ponemos la pasión. Y que se enteren los marcianos. Ah, si quieren partido, acá estamos. Cinco adentro y miles del lado de afuera. Tenemos cancha nueva incluso. Linda, linda. Y ojo que al rebote vamos todos. Y jugamos al medio foul. Hombre a hombre, toda la cancha y toda la vida. Saludos a Neil Armstrong y un grito de corazón: ¡Peña Campeón!
Fuente: Diario La Capital de Mar del Plata